domingo, 15 de julio de 2012

San Fermín


Subí la calle llena de gente con mucha dificultad sin saber si podría encontrarme con él porque me parecía que incluso la bulla estorbaba y no dejaba ver bien.  Me había puesto un mensaje corto pero muy claro en el que me decía que quería encontrarse conmigo en el parque 'de arriba' y también me decía muy claro para qué.  Fiestas de Pueblo.  Un pueblo al que le meten el triple de la gente que le cabe.  Gente que duerme en los carros.  No hay en dónde sentarse y ni siquiera puede acercarse uno a lo que sea que culturalmente sostenga esa tradición bienal.  Una fiesta desordenada con motivo del diablo.  Subí pensando que no lo encontraría, tampoco confiaba en que él pudiera encontrarme a mí.  El parque 'de arriba' estaba lleno de gente y yo subiría por una calle amplia.  Él no sabía por qué lado subiría yo, y yo no sabía por qué lado estaría esperándome él.  El celular era casi inservible, no solo porque el ruido no dejaba oír ninguna conversación, sino porque yo no conocía el pueblo, así que mis referencias serían pobres: "estoy subiendo por el lado derecho de la calle, me voy a parar en la esquina de la casa roja".  Me cogieron la mano.  Cuando comprobé que sí era él ya íbamos caminando en la dirección que propuso sin decir ni media palabra.  "No me cojas la mano que nos pueden ver", me solté y me la volvió a coger, "nadie nos va a ver".  Caminamos así, cogiéndonos la mano por primera vez, en dirección a la salida del pueblo.  Comenzamos a bajar las calles que suben a la plaza principal mientras él me decía todo lo que me quería hacer.  Un lote baldío, solo y oscuro: "aquí, ¿no te da susto?", "no".  El lote terminaba en un muro que daba a un potrero.  Nos pareció mejor saltarlo, quedaríamos más ocultos, como si a esa hora y en esas circunstancias eso nos importara.  "Quítate esto", "bájate los pantalones", "hay gente en esa casa", "no alcanzan a vernos".  Las circunstancias de modo y lugar son las que hacen mejores los mejores polvos.  Casi no salimos de ahí.  Al reunirnos de nuevo con el grupo lo hicimos cada uno por su lado, como si no viniéramos juntos.

- Amor, ¿tú no tenías mi saco?
- No, ¿tú me lo pasaste?, ¿qué lo hice?
- No sé dónde lo dejarías, ¿dónde has estado?
- Ja, en todo el pueblo.

Él solo supo dónde estaba el saco después de mi mirada.  Fue lo primero que tuve que desamarrarle de la cintura y quedó allá protegido por la oscuridad; nadie se lo iba a encontrar, nadie se lo iba a robar.  A la dueña le dijimos que lo habíamos encontrado en la barra de un hotel.  Nosotros aprovechamos, ya que volvíamos al 'tiradero', para volver a tirar.