martes, 28 de junio de 2011

Anticipación

No hay mejor momento en un beso que el espacio justo que lo precede.
Así como, tal vez, no haya mejor momento en una relación que cuando todavía no existe, cuando se está construyendo el enamoramiento, el gusto, la traga. Me dirán que me falta lo mejor, sí, claro... pero es que a esta expectación las relaciones no vuelven.
Como en el sexo justo antes de que llegue el orgasmo y lo que uno siente es venir la explosión...
A esas tres sensaciones me pasaría a vivir con gusto eternamente, si no fueran tan inconvenientes para la vida práctica porque demandan toda nuestra atención.
Me encantaría poder extender esos instantes. Pero siempre que desembocan en lo que tienen que desembocar me quedo pensando que me hubiera gustado que duraran un poco más... un poquito.
Tuve un novio con el que jugábamos al primer beso... yo no sé él que pensará pero a mí me mataba ese juego. Entonces éramos recién conocidos, entablábamos una charlita tonta de "y qué haces tú en la vida" y en el momento en el que a él le parecía, se lanzaba al "primer beso". Todas las veces yo me volvía a enamorar. Tonta enamorada de nada, de las mariposas renovadas.
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La última vez que di un beso en el que además de las ganas tenía involucrados sentimientos el tipo me mató con un preámbulo que no sé cuánto tiempo duró, ni soy capaz de recordar claramente qué fue todo lo que hizo. Estábamos de pie, abrazados, muy cerquita. Era claro que me iba a dar un beso, pero no se decidía a llegar a mi boca. No sé cuántas veces pasó por encima apenas rozándola, no sé. Sé que en algún momento sus manos me cogían toda la cara y sé que yo tenía los ojos cerrados. A pesar de eso tengo las imágenes de él moviéndose al rededor de mi boca como si los tuviera abiertos o no sé si los abrí, soy tramposa. Y por fin fue el beso. De ahí a que yo les diga que fue maravilloso o desastroso no significa nada para este post... lo mejor no fue eso.

Ese beso no le hace competencia al camino que recorrió.

martes, 14 de junio de 2011

Save it

La tranquilidad que me da saber que no hay nada que puedas hacer y la seguridad de saber que por eso no harás nada. Además de que seguramente ya no te quedan ganas de hacer nada y como notas, a mí tampoco me quedan ganas de que hagas nada.

Por eso nos quedan las formalidades.

Ahórratelas.

domingo, 12 de junio de 2011

No llames

Ya no llames, ya para qué.
No quiero una llamada en la que nos demos cuenta de que ya no queda nada.

- ¿Cómo has estado?
- Muy bien ¿y tú?
- También muy bien, trabajando mucho.
- Qué bueno, yo también he tenido mucho trabajo.

Me da terror algo así. Quiero pensar en nuestra última conversación en la que yo lloré y tú me consolaste hasta donde pudiste. Y no por el drama, sino por el cariño y el deseo latente en cada una de nuestras palabras... no quiero ahora una conversación tranquila que me hable de todo lo que ya no es, de la calma que los dos tenemos, del apremio que ya pasó, del motor que ya se apagó. No quiero.

Dijimos que sería para siempre bonito y eso ya lo sabemos, no hay necesidad de aclararnos que nuestro tiempo ha pasado y que ya no seremos... ¿para qué?

No, no hay necesidad de ser crueles con el recuerdo. Yo lo conservo lleno de deseo.