Ya no llames, ya para qué.
No quiero una llamada en la que nos demos cuenta de que ya no queda nada.
- ¿Cómo has estado?
- Muy bien ¿y tú?
- También muy bien, trabajando mucho.
- Qué bueno, yo también he tenido mucho trabajo.
Me da terror algo así. Quiero pensar en nuestra última conversación en la que yo lloré y tú me consolaste hasta donde pudiste. Y no por el drama, sino por el cariño y el deseo latente en cada una de nuestras palabras... no quiero ahora una conversación tranquila que me hable de todo lo que ya no es, de la calma que los dos tenemos, del apremio que ya pasó, del motor que ya se apagó. No quiero.
Dijimos que sería para siempre bonito y eso ya lo sabemos, no hay necesidad de aclararnos que nuestro tiempo ha pasado y que ya no seremos... ¿para qué?
No, no hay necesidad de ser crueles con el recuerdo. Yo lo conservo lleno de deseo.
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